Literatos Escuela Normal
  Victoria Borghini - Tardanzas
 

Victoria egresó de la escuela Normal en el año 2003. Fue alumna de 5to. Año 2da división, modalidad “Comunicación, Arte y Diseño”.

Estudió Comunicación Social y actualmente, la carrera de Letras en la Universidad Nacional del Litoral.

El cuento Tardanzas recibió el 1er Premio, género narrativo, en el Certamen literario de la Escuela Industrial Superior. Fue publicado en el año 2003 junto a otros trabajos premiados en el mismo concurso.


Tardanzas

 

Alzo mi brazo izquierdo a la altura de los hombros para mirar mi reloj de pulsera.

 

 El sol que a estas horas de la mañana hace reflejos en todos lados, cae sobre las pequeñas agujas de mi reloj; las que brillando de una manera resplandeciente tratan de confundirme, de embaucarme, de hacerme creer que llegué tarde.

Pero no, estoy a tiempo, son las nueve, la hora en que me citaste. Estoy parada como un árbol en la esquina de Rivadavia y Crespo, en la bendita plaza que por las noches  aloja  a los cirujas del lugar para darles cama en forma de banco y frazada en forma de cartón.

Ya me ves, parada aquí, un arbusto más, entre tantos otros, con mi blazer verde inglés y mis zapatos negros, que hacen juego con mi pelo negro, y mi pelo largo y lacio, que hace juego con la calle, y la calle, larga y plana, que hace juego con mi vida.

Miro hacia el este, el sol me da en los ojos, trato de divisarte en la calle, en alguna de las cuatro calles que rodean la plaza. Pero es en vano, siempre llegas tarde, ni en el momento más importante de tu vida podrás ser puntual.

 

Se me ocurre quizás, que detrás de aquel frondoso gomero, tu cuerpo delgado y frágil, estará escondido asechando mi descubrimiento. No, ni siquiera me esperas detrás de los árboles.

 

Camino hasta mitad de cuadra en dirección al sol.

Descansa sobre un cuadradito de césped, un banco de madera.

 Me siento y estiro mis piernas.

El sol quedó detrás de las ramas del pino, abandonó mi rostro, mis mejillas pálidas. Aún en mi mano derecha se mantienen erguidas las flores amarillas y violetas del ramo, el ramo que yo misma armé a primera hora de la mañana; cortando con una tijerita china  los pensamientos del jardín de mi vecina.

Los pensamientos que ahora, se encuentran rodeados de cintas lilas y blancas.

Miro de nuevo hacia el este.

Ocupando toda la cuadra y llenándola de sombra, el omnipotente edificio amarillento, se alza colmado de molduras y lustrados escalones: imponente el registro civil, parece impaciente, quizás espera como yo, tu llegada. Quizás espera tu llegada.

Suspiro, pienso que haber mantenido esto en secreto fue una estupidez.

Mientras mi mirada se mantiene fija en aquel gomero gigante, gorriones mugrientos rodean mis piernas, picoteando en aquel cuadradito de césped, pequeñas migajas de pan.

Ya ha pasado media hora, me resigno, mi cuerpo se llena de ira e impotencia, me pongo de pie y deposito el ramo en el banco:

  -  Quedarás aquí -,   pienso.

Giro, llego a la esquina, vuelvo mi mirada a la plaza, con la esperanza de que llegues con una excusa que justifique tu tardanza, como todos los días de tu vida.

No, no llegas, y yo me voy.

 

Mis piernas se mueven más rápido que nunca, como si el motor que las moviera fuese mi ira, la ira que recorría los conductos de mis venas. Camino sin rumbo, tratando de entender el motivo de tu demora.

Mi cuerpo se detiene en una ochava frenado por el tránsito. Los ojos divisan entre autos y camiones, la línea del autobús que me lleva hasta tu casa.

Sin pensarlo demasiado, deslizo mis manos por mi blazer  hasta llegar al bolsillo, en su interior, aún descansan las monedas del día anterior,( lo que sobró de aquel vuelto del café que tomamos en el viejo bar de tu  cuadra, en donde entre risas y lágrimas, me juraste amor eterno.)

 

Alzo mi brazo y hago señas al autobús, que, entre frenos chirriantes, se detiene. Trepo sus escalones hasta llegar al monedero, introduzco mi vuelto y busco un lugar para sentarme.

Detrás de los vidrios sucios del colectivo, miro detenidamente las calles, mis ojos apurados, buscan llegar a tu cuadra.

 

Los asientos del transporte se encuentran en su mayoría vacíos, unas cuatro personas sentadas en la parte trasera notan mi rabia, mi impaciencia por llegar a tu encuentro.

 Planeo lo que voy a decirte, palabra por palabra el reproche por no haber llegado a tiempo en un día tan importante como éste. Pienso también, que desde tu forma de mirar las cosas, quizás, éste día no sea tan importante.

Acumulo más bronca. Sería muy injusto pensar que no te ilusione algo tan lindo, algo tan cargado de sentimientos y de proyectos.    

Me levanto del asiento, corro hasta la puerta trasera del autobús, mis ojos se mueven rápidamente buscando la campanilla que avise al conductor que me bajo, que ya no más de éste viaje mortificador.

 

Mi dedo índice oprime el botón, la puerta se abre lentamente y el coche se detiene en la esquina.

Bajo.

Mis zapatos se apoyan suavemente sobre las baldosas azules de tu vereda. Me desconcierta ver lo que veo: la vereda contigua poblada de gente, me desespero, me acerco hasta tu casa, empujando aceleradamente las espaldas de los expectantes.

 

Sobre el oscuro asfalto de la ancha calle, veo tu cuerpo yaciendo desparramado y empapado en sangre, un médico se acerca y lentamente, te cubre con una sábana blanca.

(Mi rostro se desfigura, empiezo a gritar como loca, se acercan a mí tus vecinos, tratan de retenerme, siento como muevo incesantemente las extremidades de mi cuerpo.)

 

Despierto dos horas después, sentada en un gran sillón de cuerina marrón de algún hospital, rodeada de gente conocida y ajena.

               Así comprendo que ya nunca volverás a mi encuentro, que tu tardanza es eterna y mi puntualidad es como mi vida, larga y plana.

 
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