Literatos Escuela Normal
  Certámen Literario Prof. Nora Tomada (2008)
 

Escuela Normal Superior Nº 32 “General San Martín”

Certamen Literario “Profesora Nora Tomada” – Septiembre de 2008

 

1er premio en Poesía correspondiente al Primer Ciclo

Autora: María de los Angeles Díaz

2do. 6ta

 

Palabras

Hemos dicho palabras

palabras para despertar muertos

palabras para hacer un juego

palabras donde poder sentarnos

y sonreir.

Hemos dicho palabras para lastimar

palabras para sanar y acompañar,

palabras para ayudar y también

para hacer llorar.

Hemos soltado de nuestras bocas

cientos de palabras

algunas cortas y otras largas

pero al fin sólo palabras

que en un instante nos devoran

y no nos dejan nada.

Las usamos para enamorar

y también para soñar

y, algunas veces, para hacer el mal.

Usualmente nos las tragamos

en el corazón las guardamos

y a la tumba las llevamos

 

1er premio en Narrativa correspondiente al Primer Ciclo

Autora: Anaclara Ferrando

1ero 4ta

 

Traéme el horizonte

            Conocía a una persona que me caía muy bien, aunque la verdad nunca había estado conmigo en las m las ocasiones.

            Siempre me habían dicho que la envidia mata, pero nunca pensé que iría a pasarme a mí.

Esa persona era todo lo que yo siempre quise ser, parecía que hubiera robado todos mis pensamientos.

A todos les caía bien, lo que me preocupaba era que algún día, quizás, llegase a tenerlo todo y me dejase ahí, como si yo fuera invisible.

Lo que menos quería, ocurrió. Y ni siquiera se había molestado en invitarme, y hasta a todos mis amigos les agradaba, obviamente, lo preferían antes que a mí.

Y así quedé después de múltiples intentos de robar su tan interesante personalidad.

Ahora me doy cuenta, esos llamados amigos nunca me quisieron como parte de su grupo. Fingí que no  me importaba, pero mientras pasaba el tiempo, el odio crecía cada vez más.

Cada vez que veía a esa persona, disgustos despertaban dentro de mí. “Esta vez al parecer, ser uno mismo no es tan bueno como dicen”, pensé.

Soporté y guardé toda la envidia y el odio hasta un punto que ya no pudo más. Todo esto tenía que liberarse de alguna forma.

Sin importarme nada más, lo invité a tomar un café y charlar. No sé cómo, pero aceptó la invitación.

Ese día había comprado un veneno, lo adquirí, digamos,  por conocidos que se especializaban en exterminar plagas. La verdad, lo había comprado por algunos insectos que había en mi casa.

Después de hacer algunas compras me fui directamente al bar donde esa persona y yo nos encontraríamos.

No podía  dejar de pensar en esas veces en que la verdad era algo inaceptable, pero preferí ignorar dichos pensamientos.

Esperé mientras escuchaba música hasta que finalmente la persona llegó.

Le hablé con sonrisas, comprensión, todo fue “buenas caras” hasta entonces. La noche llegaba rápidamente, el atardecer tenía un aire especial.

Tenía el veneno preparado, lo estaba por sacar del bolsillo, estaba lista para echárselo en el café, había encontrado el pretexto justo.

 

1er Premio en Poesía correspondiente al Segundo Ciclo

Autora: María Rincón Linos

5to 2da. Humanidades y Ciencias Sociales

 

¿Qué hay detrás de las paredes ahí afuera?

llanuras, ríos, caballos?

¿Qué hay dentro mío detrás de mi pared?

fantasmas del pasado

recuerdos nostalgiosos

las sombras populares de un paraíso solitario y personal

que habita en los rincones de mi propia mente.

La pared no siempre detiene el paso,

ni las ganas, ni las metas,

sólo fortalece la indiscutible esencia del hombre

detiene los impulsos vanos

y pone a prueba la originalidad del ser.

Es tonto el que no  imagina

y cobarde quien duerme los sueños tras un muro.

No existe deserción más terrible

que escaparse de uno mismo.

La única traba existente

es la propia mente

porque quien escucha prejuicios ajenos

nunca podrá despejarse de los propios.

Recorremos un camino,

tú exhalas, yo respiro

sólo despliega tus alas

que empezamos a volar.


1er Premio en Narrativa correspondiente al Segundo Ciclo

Autor: Leandro Marcelo Exequiel Sánchez

5to 3ra. Humanidades y Ciencias Sociales


La sombra

En otro sitio, en otra circunstancia, aquella mirada apagada y sombría, aquella indiferencia impotente, esas manos sucias de sangre y tierra aferradas fuertemente a los oxidados barrotes de la celda pudieron ser las mías, pudieron ser las de cualquier otra persona. No había diferencia alguna entre un hombre común y una bestia, mas que la de haber sido engendrados por un azar disímil, por un dios ebrio y caprichoso, por un destino antagónico.

En algún momento, en algún punto de nuestra creación los dados se habían detenido sobre la mesa. La suerte había sido complaciente con algunos, y con otros cruel y despiadada. No hubo elección, ni excepciones.

Allí me encontrábamos el asesino, yo, y el silencio de los lóbregos pasillos de la prisión, una sofocante y borrascosa tarde de otoño.

 

No tenía nombre, no había documentos ni expedientes que probaran su existencia, era poco más que un espectro, una sombra que acechaba, desde hace años en el insondable abismo de mi mente, en la profundidad de la noche, en mis más inextricables pesadillas.

Lo había buscado durante mucho tiempo y finalmente lo había atrapado. No opuso resistencia alguna ni se rehusó al arresto. Tan solo irguió la cabeza y clavó su penetrante mirada fijamente en la mía, por un instante, y una sonrisa malévola pareció dibujarse en su hórrido semblante.

Aquella noche lo trasladaron a la comisaría más cercana. No hablaba en absoluto, no reaccionaba siquiera ante los golpes, permanecía inmutable, abstraído, acariciando con la mirada el descuidado suelo bajo sus pies. Era inútil. Jamás le robarían una palabra por mucho que lo intentaran, lo conocía, quizás, mejor que nadie, y no había forma de que cediera.

El sujeto carecía de alma, de todo vestigio de humanidad y de compasión. No había forma de saber su pasado, y todo en cuanto a su historia se refería permanecía envuelto en un aura de misterio. Lo único por lo que se lo conocía era por matar despiadadamente, por arrebatar las vidas de cientos de personas sin motivos aparentes. Y allí se encontraba, detrás de las rejas de la comisaría, aguardando ser trasladado a una prisión.

Sus ojos estaban fijos en la pared, parecía ignorar todo movimiento a su alrededor. Los delincuentes de las celdas aledañas le gritaban e insultaban. Él no articuló jamás una sola palabra. Se quedó observando el muro durante horas.

La lluvia caía agonizante, el viento empujaba con ímpetu las frágiles ramas de los árboles en el exterior, las luces titilaban. Algo crujió en la noche tranquila, surcada por libélulas, imponiéndose por un instante a los rumores de la hora.

En un momento las luces se apagaron y se oyó un grito estremecedor recorriendo los pasillos. Me quedé en el sitio, intentando hallar el celular en mis bolsillos para ver lo que sucedía.

Para cuando lo saqué y lo encendí, la energía eléctrica había regresado al edificio y advertí un charco de sangre fluir por el piso, atravesando una de las celdas.

Me aproximé, y detrás de mí el oficial encargado de la sección, -no el de siempre, éste parecía más joven e inexperto- abrió las rejas y saltó hacia atrás del susto, al ver el cuerpo de uno de los delincuentes en el piso, con una abertura vertical en el pecho de aproximadamente un metro. Me acerqué a revisarlo. La caja torácica había sido abierta con una facilidad que excedía los límites de lo racional, teniendo en cuenta que, quien lo hizo sólo dispuso de algunos segundos para matarlo de esa manera.

Revisé las otras celdas para asegurarme, se encontraban cerradas, el pánico se había apoderado del resto de los presos y del oficial de turno, quien intentó abrir la puerta para huír.

-¿Qué hace?- Le pregunté, advirtiendo lo que pretendía hacer.

- No debería haber venido - dijo, pálido, mientras sus manos temblorosas intentaban encontrar la llave de la puerta – Yo no soy de acá – prosiguió, - Vine en reemplazo de Winterson, que no se presentó a trabajar, ¡No tengo nada que hacer acá! – agregó, y luego huyó tan rápido como pudo. No intenté detenerlo, no era mi asunto.

Aún había tres oficiales más en el establecimiento, y el personal de limpieza,  creía poder controlar la situación.

 

Mi obsesión con el criminal al que debía interrogar me llevó a pensar que había sido su culpa, aunque no tenía a mi favor, argumentos demasiado fuertes sobre los que repose mi tesis.

Tomé las llaves que el otro oficial había dejado en la puerta y abrí su celda para interrogarlo, tan pronto como me vio, alzó la vista y sonrió, exhibiendo sus amarillentos y descuidados dientes.

-¡Fuiste vos, verdad?!- Le pregunté, gritándole al oído, como un desquiciado –¡Yo sé que lo hiciste!, ¡Confesá!- exclamé repetidas veces, pero lo único que obtuve en todas ellas fue el simple y vacío silencio.

Lo golpeé durante media hora aproximadamente, hasta que me sangraron los nudillos y todas mis fuerzas se habían desvanecido en un intento fútil.

Cerré la celda y lo miré con rencor desde el otro lado del pasillo, el personal había sacado el cadáver de la celda y limpiado la sangre mientras me entretenía con el preso.

En el exterior el viento azotaba en las paredes de la edificación, y se oían crujir los árboles, en su intento por permanecer de pie.

Las luces se apagaron de nuevo, y un grito horrorizado en el fondo del pasillo me sobresaltó. Encendí inmediatamente el celular y caminé con sigilo hacia donde provenía, pero no conseguí ver nada, sentí un ligero viento en mis espaldas, volteé y oí otros gritos de desesperación en el piso de arriba, , como una melodía lúgubre y caótica, reproduciéndose al unísono. Vislumbré una sombra delante de mí, pero cuando me acerqué había desaparecido.

Tras aproximadamente diez minutos las luces volvieron a encenderse y el suelo estaba regado de cadáveres, los presos habían sido cruelmente asesinados en sus celdas, excepto él. Subí las escaleras para buscar ayuda, alarmado por lo acaecido, pero todos estaban muertos, exploré los pasillos, desesperado, frenético, abrí el cajón de mi escritorio y tomé las pistolas entre mis manos.

Corrí por toda la comisaría buscando a algún superviviente, pero desafortunadamente no lo hallé, pensé en irme y pedir ayuda afuera, pero en realidad, se suponía que la comisaría debería ser el lugar más seguro de la zona, y las calles estaban vacías por el temporal. De repente un impulso vital en mi interior, surgió violento. Con las armas en ambas manos me dirigí hacia la celda número 3, donde aguardaba el asesino, mirando absorta y despreocupadamente la pared, tomé las llaves y abrí su celda, apunté directamente a su cráneo, sobre los ojos, poseído por el sentimiento, él me miró fijamente a los ojos, sacó debajo del colchón sobre el que dejaba caer su peso una daga rápidamente y traspasó mi pierna con ella.

Caí al suelo, gimiendo de dolor, extraje el arma de mi pierna, dolorosamente y la solté en el suelo y un manantial de sangre comenzó a correr de la herida. Me arrastré por el pasillo, a través del suelo ensangrentado, tomándome de los barrotes de las celdas. El me miraba desde arriba, con la misma sonrisa demoníaca y maligna impregnada en sus facciones, intenté tomar el arma a sus pies, pero él la alzó primero y sin vacilar disparó una bala en mi hombro izquierdo.

 

Permanecí inconsciente durante horas que parecían interminables, creí que mi existencia se extinguía segundo tras segundo, pero abrí los ojos.

Fue lo primero que vi al despertar; el puñal manchado de sangre, y todo tomó sentido.

El puñal pertenecía al oficial Winterson, un viejo al que acostumbraba a ver en esta sección y con el que platicábamos frecuentemente. No era para nada raro que hubiera faltado, justamente ese día, al trabajo, él tenía las llaves, el asesino planeó su muerte y se hizo con sus pertenencias, antes de ser arrestado, es seguro también que se las arregló para pasarlas sin que fueran interceptadas, de esa manera, cuando la oscuridad gobernaba los pasillos, abría las puertas y asesinaba a quienes se encontraban en la comisaría y regresaba a su celda.

Sin embargo no me mató a mí, no lo hizo, aunque evidentemente pudo hacerlo. Me dejó tirado y herido gravemente en el piso, hasta que me encontraron.

Me culparon por las muertes, y no tenía forma de probar mi inocencia, el asesino había huido y jamás podrá ser detectado, puesto que no existía para ellos.

En ese momento aquella mirada apagada y sombría, aquella indiferencia impotente, aquellas manos sucias de sangre y tierra fueron las mías.

Las sombras atestaron los pasillos, en la tempestad de la noche.

 

Menciones especiales:

El insomnio.
 
Ansia ensoñada.
He mandado al viento
A sumergirte en mis sueños.
Mis hojas danzan
Como ninfas jadeantes
En un bosque invisible,
Buscando el aura
Que, alguna vez, el amanecer
Les cedió con la brisa,
Como en un sueño
De una cálida noche.
 
La primavera tiñe de colores
Todo tu cosmos crepital
Mis crisálidas ruegan que tu brisa
Las despoje de sus almas
Y las eche a volar
Cruzando las puertas de la aurora
Para observar junto a ella
El océano de miel
Que descansa ensoñado
Tras tus ojos de terciopelo
Ansiosamente anestesiados.
 
Mis palabras florecen
Entre alaridos de papel
Gritando a tu inconsciente
Que aún respiro.
Te coroné,
Como una solución malograda
Y, a la vez,
El espejismo más real…
 
Mi ser partió en busca del sol,
Pero la aurora aún dormía
Mi luna observó tu piel
Y aprendió a resplandecer
Tu silencio logró enamorarme la voz
Y se marchó.
Resplandeciendo historias
Mis miedos naufragaron en tu piel
Y nunca más los vi volver…
 
“…Era yo un río en el anochecer
y suspiraban en mí los árboles…”*
Y ahí re soñé…
Bailando entre mis manos,
Cantando con el viento
Y mis ninfas
Sumergiéndome en tu miel.
 
 
Oxley, César 5to 2da C.A.D.
 
 
* Juan L. Ortiz – Fui al río…


Soy”
 
Era yo un río en el anochecer
Perdido en los barrancos de un puerto
Hasta que me sorprendió un viento
De un alma mezquina y un grito muerto
 
Se ocultaron mis oraciones
En la luna, una noche de abril
Una mujer de viento
Prometió devolverlas al dormir
 
Dividida en dos
Voló…
Deseos, pasiones, dolores, de un lado
Y por detrás, un amor desvelado.
 
Logró partir…
Extasiada por el sol
Envuelta en coral
Y una manta de caracol.
 
Quise robar luz
De sus ojos perlados
Pero se me escapó entre algas
Perdiendo así mis manos.
 
Mis manos de agua
Se hicieron vida
Hallé sentido
Al probar su alma dormida.
 
Eché a dos vientos un grito
Un maremoto de pasión
Cubrió la ciudad de río
De canto y de ardor
 
 Y al fin…
Soy….
 
Guido Chianti 5to 2da C.A.D
 
Frase motivadora: “Era yo un río en el anochecer y suspiraban en mí los árboles…”
                                                    Juan L. Ortiz
 

 
-“Palabrerías”-
 
                Al fin y al cabo somos las palabras
                que callamos, y las que escupimos
                Palabras que viajan, que cruzan, que sienten,
                que gritan y se mueren justo cuando las
                pronunciamos ¿Por qué golpean tanto en las
                del mundo? ¡Invocarlas para no perderlas!
                Y justo después perderlas en un océano de
                sensaciones místicas.
 
                 En un tiempo de muertos, las palabras viven
                 En un tiempo sin gusto, las palabras son sol
                 En un tiempo de paz, las palabras son puñaladas.
                 ¡Cuan amplio es un simple acorde de letras!
                 ¡Comunismo, amor, oscurantismo, placer, Dios!
                 Todas palabras dormidas si no las despertamos.
                 El fuego graba palabras sobre nuestra hoja en blanco
                 Palabras como carbones que queman,
                 Palabras como hielos.
                 En mis palabras hay un iceberg, que se funde
                 Con el fuego de tus ojos.
                 Todo el otoño es fuego, temperatura, viento y cambio
                 Ahora sentémonos a esperar a nuestra mente que
                 Quedó en tu beso-palabra.
                Ahora sentémonos a mirar-nos un tiempo que nunca
                 Pasa sobre tus ojos que sonríen y que descansan
                 En un banco de la plaza Pueyrredón.
                      
                                                                  Raynoldi Isaac 5to 1era C.A.D 
 
Frase motivadora:    “Hemos dicho palabras,
                                    Palabras para despertar muertos
                                    Palabras que hacen un fuego
                                    Palabras donde poder sentarnos y sonreír”
                                                              Alejandra Pizarnik - “Cenizas”
 
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